domingo, 19 de octubre de 2025

La perseverancia

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Domingo Mundial de las Misiones

Hermanos y hermanas: ¡Paz y Bien para todos y todas!

Hoy, la Palabra de Dios nos lleva a la perseverancia en la oración. Nos lleva a nunca desfallecer, a conservar siempre la fe, sabiendo que Dios, en el momento correcto, responderá nuestras suplicas. Nos lo comunica de varias maneras a través de las lecturas del día:

1. Primera Lectura (Éxodo 17:8-13)

Hubo batalla entre Israel y un pueblo llamado Amalec. Mientras soldados israelitas, bajo el mando de Josué luchaban contra sus enemigos, los profetas Moíses, Aaron y Jur subieron a un monte. Moíses, como líder de su pueblo, oraba a Dios pidiendo victoria. Oraba sin cesar, pero su cuerpo le traicionaba; cuando, agotado, bajaba los brazos, el enemigo aventajaba a Israel, pero cuando tenía sus brazos en alto, Israel era quien se aventajaba. Viendo ésto, Aaron y Jur pusieron una piedra para que Moisés se sentara, y cada uno sostenía un brazo de Moisés, para mantenerlo en alto. Al final, Israel logró la victoria.

Vemos cómo la fe de Moisés nunca desfalleció, pero también vemos en Aaron y Jur la necesidad de ayudar y cooperar con la causa. Moisés no está sólo en su oración, tiene gente que está de parte suya y de Dios y que tampoco desfallecen y perseveran, haciendo más fuerte la fe de que Dios dará victoria a su pueblo.

2. Salmo responsorial (Salmo 120:1-8)

El o la creyente que emprende un camino, un peregrinaje, una misión, sabe que Dios está de su lado, sin importar las dificultades ni los peligros que pueda enfrentar. Nos dice la nota al calce en la Biblia Latinoamericana sobre este pasaje: “Puede ser la oración de los cristianos que emprenden un camino difícil: un convertido, un nuevo hogar, un futuro sacerdote, el que tiene un compromiso importante con el bien común”. Un misionero o misionera enfrenta también este reto, y la oración con fe y perseverancia, en soledad o en comunidad, les da fuerzas para superar todo obstáculo y llevar la Palabra y la obra de Dios donde haga falta.

3. Segunda Lectura (2da Carta del Apóstol Pablo a Timoteo 3:14 – 4:2)

Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a usar la Palabra de Dios como medio para prepararse y perseverar en su camino a la evangelización. Que dicha Palabra, toda Ella inspirada por Dios, no es sólo para aprender, sino también para enseñar y corregir. Que arguya, que reproche, que exhorte, en fin, que insista y persevere en la enseñanza de la santa doctrina. Tal y como hacen los misioneros y misioneras, que perseveran sin desfallecer para llevar a Cristo a quienes lo necesiten, aún en las más grandes dificultades.

4. Santo Evangelio según San Lucas (18:1-8)

No podía faltar la enseñanza de nuestro Salvador Jesucristo sobre la perseverancia. Y qué gran ejemplo nos pone. Una viuda que no deja en paz a un mal juez, exigiendo justicia día y noche. Él la ignora; pero ella no cede. Ella PERSEVERA. Llega el momento en el juez no soporta más y le otorga la justicia que ella tanto esperaba.

El misionero y la misionera van por el mundo con esa misma perseverancia: predican a Cristo con palabra y obra donde gobiernos y líderes de otras religiones les ponen barreras, les cierran puertas y hasta atentan contra sus vidas. Todos los años escuchamos y leemos horribles historias de misioneros y misioneras que son abusados, encarcelados, torturados y asesinados. Y sin embargo, siguen surgiendo nuevos misioneros y misioneras, las misiones continúan, la fe no se acaba, sigue perseverando.

La Iglesia tiene más de 2,000 años de antigüedad, y todos los gobiernos que han martirizado a sus fieles en el pasado, han desaparecido. Muchas religiones que en el pasado eran enemigas del catolicismo y que torturaban, quemaban y descuartizaban a fieles, consagrados y clero por igual, ahora trabajan unidas con nosotros y nosotras en todo aquello que es para el bien común de la humanidad.

Porque la gente no deja de orar, porque la gente no deja de esperar, porque la gente aún sueña con la justicia, con la equidad de trato, con el fin de las guerras y los conflictos. Porque ven la acción de Dios a través de la historia. Porque saben que quien persevera en Dios, triunfa tarde o temprano.

A su vez, ¡qué mucho se parece este Evangelio a la lucha que tenemos las mujeres porque se reconozca nuestra vocación y se reabra para nosotras el acceso al Orden Sagrado! Por muchas décadas, hemos orado, insistido y perseverado en que la Iglesia reconozca nuestra vocación y que el Santo Padre de turno desate el nudo que impide que esta noble tradición de ordenar mujeres, que existía en el pasado primitivo, vuelva a ser una bendición para la Iglesia por sus muchos dones. Artículos, conferencias, libros publicados, entrevistas. Actos públicos de oración y protesta pacífica y silenciosa. Y la Santa Sede viviendo en un estado de negación, como el mal juez que ignora la justicia que la viuda pedía. El Vaticano trata a las que protestan como molestia que hay que sacar del medio. Ve los escritos donde hacemos pública nuestra vocación como cuentos de hadas y fantasías animadas. Trata como criminales y excomulga a mujeres que, por seguir la voluntad de Cristo, se ordenan por métodos alternativos.

Sin embargo, las mujeres, al igual que la viuda, perseveramos. Seguimos orando, seguimos pidiendo, seguimos mostrando evidencia de la autoridad que tiene la Iglesia para rescatar esta tradición. Y no estamos solas. Los Aarón y Jur de la vida sostienen nuestros brazos en oración. Fieles, teólogos y teólogas e incluso consagrados, misioneros y clero que oran por el fin del pecado del sexismo en la Iglesia, porque se reconozcan estas vocaciones, para que la Iglesia tenga genuino poder de, con su propio ejemplo, acabar con este flagelo que lleva a millones de personas (mujeres, niños y niñas nacidos y por nacer) a ser asesinadas, traficadas o desechadas todos los años.

Saben que llegará el momento en que la Santa Sede no tendrá otra alternativa que reconocer su error y dar justicia a la mujer. Tendrá que reconocer la autoridad de Cristo por sobre cualquier pedazo de papel. El nudo tendrá que desatarse. Y finalmente, la Iglesia será lo más parecido posible a lo que Señor Jesús deseaba dejar establecido en la Tierra.

Finalmente, el Evangelio de hoy termina diciendo lo siguiente: “...cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” ¿Encontrará Cristo una tierra llena de misioneros y misioneras, perseverando en la fe y llevando su Palabra y su Obra a todas partes? ¿Encontrará una Iglesia, perseverante en la fe, que viva realmente el que hombres y mujeres fueron creados a imagen y semejanza de Dios? ¿Encontrará matrimonios perseverantes en la fe, que vivan genuinamente lo que implica ser “una sola carne”? ¿Encontrará una vida consagrada y un clero perseverantes en la fe, donde hombres y mujeres participen en igualdad de condiciones? ¿O encontrará a la gente aún esperando que se les haga justicia? Piensen en eso.

Que el Señor les bendiga y les guarde.

19 de octubre de 2025
Día de San Pablo de la Cruz, pasionista

viernes, 5 de septiembre de 2008

Sobre el verdadero feminismo

Este texto asemeja más a una predicación o conferencia que a una homilía. Lo escribí para un curso de predicación, pero no llegué a darle uso. Lo publico aquí para beneficio de todos.
- La autora.


Paz y Bien para tod@s!

Recientemente, la Congregación de la Doctrina de la Fe publicó un documento, dirigido a los obispos de la Iglesia, sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el Mundo[1]. En el mismo, la Congregación intente justificar la razón de ser de las diferencias entre el hombre y la mujer, atacar el feminismo radical y sus posturas, promover una igual participación de la mujer en el mundo laboral, cívico y socio-político (sin aplicar dicha promoción de igualdad de trato al ámbito religioso), y exhortando a un pleno reconocimiento del trabajo hogareño, tan válido como el trabajo remunerado. Además, promueve el derecho de la madre trabajadora de compartir más tiempo con sus hijos.

Muchos otros temas son tratados en este documento. Podríamos pasar horas y hasta días, discutiendo el contenido de este documento. Por razón de tiempo, me limitaré sólo a predicarles sobre el feminismo en general.

El documento de la Congregación intente definir el feminismo, a través de dos vertientes de dicho movimiento. Primero, el deseo de superar la supremacía del hombre compitiendo contra él y dándole, como diríamos, “de su propia medicina”; es decir, que las mujeres traten a los hombres tan mal como ellos las han tratado. Segundo, el cancelar todas las diferencias entre los hombres y las mujeres, y rebajar las mismas a aspectos socio-culturales, para de ese modo librarse de los “condicionamientos” biológicos y obtener así la tan deseada igualdad.

Sin embargo, un aspecto importantísimo del feminismo quedó fuera de toda consideración por parte de la Congregación. O, en el mejor de los casos, se menciona algo de él, sin mencionar su nombre. Se trata de la vertiente más antigua, más amplia y más moderada. Más específicamente, el feminismo original e histórico, que surgió inicialmente en el siglo XVIII, cuando comenzó la lucha de la mujer por el derecho al voto, la eliminación de la prostitución, el tener una jornada laboral de 8 horas y, aunque haya gente que no lo crea, la defensa del no nacido.

Sí, mis hermanos y hermanas. Las primeras feministas fueron pro-vida, contrario a la mentalidad popular y hasta de muchos en el Vaticano, que suelen identificar toda forma de feminismo como promotor del aborto. La primera candidata a presidente de los Estados Unidos, Victoria Woodhull, dijo en 1870 que “los derechos de los niños, como individuos, comienzan mientras aún son fetos.”[2] Y como ella, opinaban muchas mujeres próceres de la emancipación femenina, que no sólo defendían nuestros derechos como mujeres, sino los derechos de los niños por nacer.

Además, esta modalidad moderada del feminismo, no promueve que se eliminen las diferencias sexuales entre los hombres y las mujeres, sino que se promueva la igualdad en el trato, en los derechos y deberes. Que entendamos que nuestras diferencias son, en realidad, para enriquecer toda actividad humana, no para fomentar el discrimen. Mucho menos para asignar tareas por razón de sexo.

De hecho, esta forma amplia de feminismo la practicamos todos los días en nuestras vidas. Cada vez que una mujer defiende su derecho a estudiar, a trabajar, a quedarse en casa cuidando sus hijos, a pedir una mayor participación de su compañero en los quehaceres del hogar o, incluso, cuando un hombre defiende los derechos de la mujer, está ejerciendo feminismo. ¿Por qué? Porque de eso se trata el feminismo: de que la voz de la mujer sea escuchada y tomada en seria consideración, no silenciada. Que la mujer sea tratada como un ser humano completo, con todo derecho y deber, no como objeto a disponibilidad de los demás.

Esta manera de pensar no es incompatible con la Palabra. Cuando la Biblia manifiesta en Génesis 1:27, que el hombre y la mujer son imagen y semejanza de Dios, y San Pablo nos dice en Gálatas 3:26-28 que, gracias al bautismo, ya no hay diferencias entre hombres y mujeres para Cristo, no es para negar lo que nos hace masculinos y femeninos en términos humanos, sino que para Dios, somos igualmente dignos, amados y capaces de servirle en cualquier ministerio o estado de vida que Él escoja para nosotros. Que somos capaces de brindarle a cualquier ministerio o estado de vida o labor en el mundo, los respectivos “genios”, por utilizar un término acuñado por el Santo Padre[3], que cada sexo puede ofrecer.

Jesús mismo, con su propio ejemplo, expresaba un gran amor hacia la mujer. Le permitió que le sirviera y le acompañara en su ministerio. Usó ejemplos del diario vivir de la mujer de su tiempo, para educar a sus discípulos y discípulas por igual. La única prohibición que dictó hacia nosotras fue la misma que dictó a los hombres: nos prohibió pecar, nos prohibió no amar. Nos mandó a amar, algo que ambos sexos pueden hacer, sin dejar de ser lo que son.

Así es, amados hermanos y hermanas. El mundo insiste en dividir los valores, los trabajos y las vocaciones por géneros. Pero como cristianos, debemos saber mejor que eso. El documento de la Congregación afirma, al igual que gran parte de la humanidad, que los valores son universales. Las mujeres hemos demostrado que, aportando nuestros propios dones, somos capaces de hacer todo lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios.

El feminismo no es dividir los géneros, como si estuvieran en dos planetas distintos, ni tampoco en negarlos como si no existieran. Es reconocer nuestras diferencias y ponerlas al servicio del Altísimo y de nuestro prójimo. Que las mismas no sirvan de obstáculo ni de impedimentos para la mujer o el hombre.

Que el Señor les bendiga y les guarde.

21 de agosto de 2004
Día de Nuestra Señor de Knock
Patrona de Irlanda
__________________________
[1] Vea el documento original aquí.
[2] http://www.feministsforlife.org/history/foremoth.htm#vwoodhull
[3] El Papa usa la frase “genio femenino” en su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem.
Vea el documento aquí.

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿Es Dios varón o hembra?

Sé que muchas personas, en algún momento u otro, se han hecho semejante pregunta. Hasta yo misma me lo he preguntado. ¿De qué género es Dios? Unos, amparándose en la tradición patriarcal judeo-cristiana, aseguran que Dios es varón. Otros, amparándose en las antiguas creencias del Paleolítico europeo, aseguran por su parte que Dios es mujer. Hay quienes han llegado a afirmar que Dios es ambas cosas a la vez. Pero, ¿es en realidad que Dios es varón o hembra o ambas cosas? O mucho más importante, ¿tiene Dios género en primer lugar?

Lo que dice la Palabra
En los textos bíblicos, encontramos referencias de Dios como un padre que vela por sus hijos, reclamándoles su desobediencia (Oseas 11:1-4), el padre amigo de su hijo (Jeremías 3:4), el padre del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), e incluso se revela a través de Jesús como el Padre (Efesios 3:14, en el “Padre nuestro” – Mateo 6:9, Lucas 11:2; Juan 1:18, 14:1-31). Además, hay referencias de Dios como esposo, como aquél que aunque herido por las múltiples infidelidades de su esposa, quiere que ella se arrepienta y vuelva con él (Jeremías 6-13).

En los Evangelios, hay múltiples imágenes de Dios como varón: el dueño de la viña (Mateo 20:1-16, 21:28-31, 21:33-43; Marcos 12:1-11; Lucas 20:9-18), el rey que celebra las bodas de su hijo (Mateo 22:1-13), el novio de las vírgenes precavidas (Mateo 25:1-11), el pastor que perdió y encontró su oveja (Lucas 15:3-7), el patrón que dio las monedas a sus sirvientes (Lucas 19:11-22), etc.

La Palabra también nos presenta a Dios como una madre que no se olvida de sus hijos (Isaías 49:15), que consuela a sus hijos (Isaías 66:13), que da de lactar a su hijo (Salmo 131:2), como madre que recién ha dado a luz (Salmo 22:10-11). También los Evangelios nos muestras imágenes de Dios como mujer, como la que mezcla las medidas de la harina (Lucas 13:20-21) o la que encuentra la moneda perdida (Lucas 15:8-10).

En la Biblia también vemos imágenes de Dios como una entidad femenina llamada Sabiduría Divina. El capítulo 8 del Libro de los Proverbios presenta esta Sabiduría como si fuera una persona, alguien que se deja querer por quienes la quieren de verdad: “Yo, la Sabiduría, convivo con la prudencia y me hice amiga de la reflexión.” (v. 12) Más adelante, se la presenta como si fuera “hija” de Dios (vs. 22-36). Esa imagen de la Sabiduría como “hija” es ligada a Cristo mismo. El capítulo 9 del mismo libro relaciona aún más la Sabiduría con Jesús, como si fueran uno sólo, pues realizan las mismas acciones (vs. 1-6). Y no se queda ahí. En el libro de la Sabiduría, en el capítulo 10, vemos a la Sabiduría Divina compartiendo con Dios mismo, la obra redentora con el pueblo judío.

Ahora, ¿qué dice Dios de sí mismo? “No puedo dejarme llevar por mi indignación y destruir a Efraím, pues soy Dios y no hombre.” (Oseas 11:9)[i]

Lo que interpreta la Iglesia
El Magisterio de la Iglesia también tuvo que lidiar, por siglos, con esta pregunta sobre el género de Dios. Fue en el Siglo XX cuando logró una definición más certera de Dios. En el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), vemos que “Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Trasciende también la paternidad y maternidad humanas.” (CIC 239) Más adelante, el Catecismo insiste de nuevo en que “Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos.” (CIC 370)

En su documento sobre “La dignidad y vocación de las mujeres” (Mulieris Dignitatem, 1988), el Papa Juan Pablo II se hace eco de las enseñanzas del Catecismo y de la Palabra. El Pontífice dice que en Dios hay imágenes masculinas y femeninas: “... en diversos lugares de la Sagrada Escritura (especialmente del Antiguo Testamento), encontramos comparaciones que atribuyen a Dios cualidades “masculinas” o también “femeninas”. (...) Si existe semejanza entre Creador y las criaturas, es comprensible que la Biblia haya usado expresiones que le atribuyen cualidades tanto “masculinas” como femeninas”.” Afirma que Dios es padre y madre: “El amor de Dios es presentado en muchos pasajes como amor “masculino” del esposo y padre, pero a veces también es presentado como amor “femenino” de la madre.” Y expresa que Dios no es ni hombre ni mujer: “Dios es espíritu” (Juan 4:24) y no posee ninguna propiedad típica del cuerpo, ni “femenina” ni “masculina”.”

En cuanto al hecho de que Dios es Padre, afirma el documento del Papa que “esta característica del lenguaje bíblico, su modo antropomórfico de hablar de Dios, indica también, indirectamente, el misterio del eterno “engendrar”, que pertenece a la vida íntima de Dios. Sin embargo, este engendrar no posee en sí mismo cualidades “masculinas” ni “femeninas”. Es de naturaleza totalmente divina. (...) Por consiguiente, también la “paternidad” en Dios es completamente divina, libre de la característica corporal “masculina” propia de la paternidad humana.”[ii]
Si Dios no es varón ni hembra, ¿por qué solemos pensar que es varón?

Me imagino que preguntarán: si la Palabra y el Magisterio están de acuerdo que Dios es Dios y no hombre ni mujer, ¿por qué solemos representar a Dios como hombre y no como mujer? Podemos entender que las razones para ello son culturales.

En su libro “When Women Were Priests (WWWP)”[iii], Karen Jo Torjesen explica como en tiempos muy antiguos, específicamente en el período Neolítico (6,500 a 3,500 AC) en Europa, la imagen que predominaba del “dios” era femenina. Era una “diosa” con enormes senos, a veces embarazada, otras alumbrando, y se relacionaba con la fertilidad y la regeneración. Era a la mujer a quién se le asignaba el poder de crear la vida.

Con el tiempo, esta noción femenina del dios iría suprimiéndose y sustituyéndose por una visión masculina del mismo, a través de un largo proceso que culminó con la cultura y religión griegas. Para los griegos, aunque tenían diosas y dioses, eran los hombres quienes transmitían la capacidad generadora de vida; las mujeres eran tan sólo instrumentos para dicha capacidad, todo lo contrario de lo que creían los neolíticos. Los griegos, especialmente Aristóteles, llegaron al extremo de afirmar que la mujer era un hombre incompleto.

¿Y los cristianos qué? Nuestra religión católica heredó de la tradición judía tanto imágenes femeninas como masculinas de Dios. Jesús mismo utilizaba dichas imágenes para referirse a Dios, aunque lo consideraba Padre (esto puede entenderse por la relación paterno-filial entre ambos, pues Dios engendró y María parió). Pero el pueblo judío, aunque jamás se atrevió a representar físicamente a Dios, era muy patriarcal y machista, y predominaba en él la imagen masculina de Dios.

Cuando el cristianismo comenzó a regarse por el Imperio Romano, influyó en él las nociones de la superioridad masculina greco-romanas, quedando dicha noción coronada en la Edad Media, cuando los teólogos y Padres de la Iglesia afirmaban que la mujer no fue hecha a imagen de Dios; por tanto, Dios era varón. Y de ahí comenzaron las famosas representaciones de Dios como el anciano de cabellos y barba blanca que vemos en cientos de cuadros medievales y del Renacimiento.

Pero no todos los católicos representaban sólo el lado masculino de Dios. También afirmaban de Él cualidades femeninas. Nuevamente, Jo Torjesen presenta en su libro trozos de escritos de la teóloga medieval Juliana de Norwich, que hablaban de Dios como una madre que goza de sus hijos (WWWP, pág. 265), y un himno al Espíritu Santo, de una iglesia en la Siria del siglo IV, que representa a Dios con senos: “El Espíritu Santo abrió Sus senos, y mezcló la leche de los dos pechos del Padre.” (WWWP, pág. 267)

Sin embargo, fue la visión masculina de Dios la que predominó. Aún hoy día, vemos imágenes masculinas de Dios pintadas en las paredes de nuestras iglesias, especialmente aquellas que representan a la Santa Trinidad.

Si tomamos tiempo para considerar la imagen de Dios en las iglesias hermanas, vemos que en la mayoría de ellas predominó la imagen masculina de Dios. Los católicos ortodoxos, por ejemplo, tienen íconos dedicados a la “Paternidad de Dios”, donde Dios aparece como un anciano, con el Niño Jesús en su falda, aunque ellos también suelen identificar tanto a Dios como a Jesús como la Sabiduría Divina, la cual representan como una mujer llamada Sofía. En el Islam, religión monoteísta que tuvo el mismo origen que la judía y la cristiana, predominan las referencias verbales de Dios como varón, aunque al igual que los judíos, nunca representaron a Dios en imágenes.

¿Qué debiéramos pensar?
Nosotros somos católicos romanos, y nuestra doctrina entiende hoy día, que Dios no es humano, sino espíritu, por tanto, no es hombre ni mujer; ni varón ni hembra. Por tanto, podemos concluir que Dios no tiene género, y que le llamamos “Padre” por su relación con Jesús y nosotros sus hermanos, y que dicha “paternidad” no es ni masculina ni femenina.

Ahora, cabe preguntarnos, ¿es válido representar a Dios en imágenes, ya sea como un Padre anciano o como la Dama Sabiduría? La doctrina de la Iglesia nos da espacio para eso, pues indica en el CIC 40 que “puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y pensar.”
Pero a su vez, la doctrina nos da espacio para no representar a Dios de ninguna manera, o de representarle usando símbolos genéricos, que hagan referencia a su obra creadora. Después de todo, Dios creó el Universo, y todo lo que hay es obra suya. El cielo, la tierra, el mar, las nubes, los animales, las plantas, los ríos, las cascadas... en fin, todo cuanto podemos imaginarnos, puede hacernos pensar en Dios.

En otras palabras, no necesitamos de una “imagen” de Dios para tenerlo presente con nosotros. Tanto hombres como mujeres podemos identificarnos con Dios, porque ambos géneros son imagen y semejanza de Dios. Ponerle a Dios un género es limitarlo, y Dios no tiene límites. Nadie puede usar a Dios para justificar la superioridad de un género sobre otro, ni nadie podrá imponer límites ni criterios a Dios sobre qué género es imagen de Dios y qué genero no lo es, como intentaron hacer los teólogos medievales.[iv]

Así podemos concluir que es mejor no representar a Dios de ninguna manera y dejar que Él sea, como Él mismo afirma, el que es. (Éxodo 3:14)

Ivelisse Colón Nevárez, ofs
27 de junio de 2003
Conmemoración del Sagrado Corazón de Jesús

Notas:
[i] Todas las citas bíblicas provienen de La Biblia Latinoamericana, Edición Pastoral.
[ii] Todas las citas tomadas del Mulieris Dignitatem corresponden al Capítulo III, "Imagen y semejanza de Dios”, sección 8, del mencionado documento.
[iii] Capítulo 9, “What If God Had Breasts?”, págs. 247-271.
[iv] Tanto en su libro The Ordination of Women in the Catholic Church: Unmasking a Cuckoo’s Egg Tradition como en su sitio de Internet http://www.womenpriests.org/, el teólogo holandés John Wijngaards expone los escritos de Padres de la Iglesia y teólogos medievales sobre dicho tema.

Bibliografía:
______ Biblia Latinoamericana, Edición Pastoral; Ediciones Paulinas Verbo Divino, LXXIX ed.
______ Catecismo de la Iglesia Católica; Asociación de Editores del Catecismo, España; 1992.
Juan Pablo II, Papa; Mulieris Dignitatem “La dignidad y vocación de las mujeres”, 1988.
Torjesen, Karen Jo; When Women Were Priests; HarperSanFrancisco, EU, 1995.
Wijngaards, John; The Ordination of Women in the Catholic Church: Unmasking a Cuckoo’s Egg Tradition; Continuum International Publishing Group, EU, 2001.
Wijngaards, John; The Internet Catholic Library on Women’s Ordination,
http://www.womenpriests.org/

También hay numerosas referencias en la Internet sobre íconos bizantinos y ortodoxos y sobre representaciones medievales y renancentistas de Dios.