viernes, 5 de septiembre de 2008

Sobre el verdadero feminismo

Este texto asemeja más a una predicación o conferencia que a una homilía. Lo escribí para un curso de predicación, pero no llegué a darle uso. Lo publico aquí para beneficio de todos.
- La autora.


Paz y Bien para tod@s!

Recientemente, la Congregación de la Doctrina de la Fe publicó un documento, dirigido a los obispos de la Iglesia, sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el Mundo[1]. En el mismo, la Congregación intente justificar la razón de ser de las diferencias entre el hombre y la mujer, atacar el feminismo radical y sus posturas, promover una igual participación de la mujer en el mundo laboral, cívico y socio-político (sin aplicar dicha promoción de igualdad de trato al ámbito religioso), y exhortando a un pleno reconocimiento del trabajo hogareño, tan válido como el trabajo remunerado. Además, promueve el derecho de la madre trabajadora de compartir más tiempo con sus hijos.

Muchos otros temas son tratados en este documento. Podríamos pasar horas y hasta días, discutiendo el contenido de este documento. Por razón de tiempo, me limitaré sólo a predicarles sobre el feminismo en general.

El documento de la Congregación intente definir el feminismo, a través de dos vertientes de dicho movimiento. Primero, el deseo de superar la supremacía del hombre compitiendo contra él y dándole, como diríamos, “de su propia medicina”; es decir, que las mujeres traten a los hombres tan mal como ellos las han tratado. Segundo, el cancelar todas las diferencias entre los hombres y las mujeres, y rebajar las mismas a aspectos socio-culturales, para de ese modo librarse de los “condicionamientos” biológicos y obtener así la tan deseada igualdad.

Sin embargo, un aspecto importantísimo del feminismo quedó fuera de toda consideración por parte de la Congregación. O, en el mejor de los casos, se menciona algo de él, sin mencionar su nombre. Se trata de la vertiente más antigua, más amplia y más moderada. Más específicamente, el feminismo original e histórico, que surgió inicialmente en el siglo XVIII, cuando comenzó la lucha de la mujer por el derecho al voto, la eliminación de la prostitución, el tener una jornada laboral de 8 horas y, aunque haya gente que no lo crea, la defensa del no nacido.

Sí, mis hermanos y hermanas. Las primeras feministas fueron pro-vida, contrario a la mentalidad popular y hasta de muchos en el Vaticano, que suelen identificar toda forma de feminismo como promotor del aborto. La primera candidata a presidente de los Estados Unidos, Victoria Woodhull, dijo en 1870 que “los derechos de los niños, como individuos, comienzan mientras aún son fetos.”[2] Y como ella, opinaban muchas mujeres próceres de la emancipación femenina, que no sólo defendían nuestros derechos como mujeres, sino los derechos de los niños por nacer.

Además, esta modalidad moderada del feminismo, no promueve que se eliminen las diferencias sexuales entre los hombres y las mujeres, sino que se promueva la igualdad en el trato, en los derechos y deberes. Que entendamos que nuestras diferencias son, en realidad, para enriquecer toda actividad humana, no para fomentar el discrimen. Mucho menos para asignar tareas por razón de sexo.

De hecho, esta forma amplia de feminismo la practicamos todos los días en nuestras vidas. Cada vez que una mujer defiende su derecho a estudiar, a trabajar, a quedarse en casa cuidando sus hijos, a pedir una mayor participación de su compañero en los quehaceres del hogar o, incluso, cuando un hombre defiende los derechos de la mujer, está ejerciendo feminismo. ¿Por qué? Porque de eso se trata el feminismo: de que la voz de la mujer sea escuchada y tomada en seria consideración, no silenciada. Que la mujer sea tratada como un ser humano completo, con todo derecho y deber, no como objeto a disponibilidad de los demás.

Esta manera de pensar no es incompatible con la Palabra. Cuando la Biblia manifiesta en Génesis 1:27, que el hombre y la mujer son imagen y semejanza de Dios, y San Pablo nos dice en Gálatas 3:26-28 que, gracias al bautismo, ya no hay diferencias entre hombres y mujeres para Cristo, no es para negar lo que nos hace masculinos y femeninos en términos humanos, sino que para Dios, somos igualmente dignos, amados y capaces de servirle en cualquier ministerio o estado de vida que Él escoja para nosotros. Que somos capaces de brindarle a cualquier ministerio o estado de vida o labor en el mundo, los respectivos “genios”, por utilizar un término acuñado por el Santo Padre[3], que cada sexo puede ofrecer.

Jesús mismo, con su propio ejemplo, expresaba un gran amor hacia la mujer. Le permitió que le sirviera y le acompañara en su ministerio. Usó ejemplos del diario vivir de la mujer de su tiempo, para educar a sus discípulos y discípulas por igual. La única prohibición que dictó hacia nosotras fue la misma que dictó a los hombres: nos prohibió pecar, nos prohibió no amar. Nos mandó a amar, algo que ambos sexos pueden hacer, sin dejar de ser lo que son.

Así es, amados hermanos y hermanas. El mundo insiste en dividir los valores, los trabajos y las vocaciones por géneros. Pero como cristianos, debemos saber mejor que eso. El documento de la Congregación afirma, al igual que gran parte de la humanidad, que los valores son universales. Las mujeres hemos demostrado que, aportando nuestros propios dones, somos capaces de hacer todo lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios.

El feminismo no es dividir los géneros, como si estuvieran en dos planetas distintos, ni tampoco en negarlos como si no existieran. Es reconocer nuestras diferencias y ponerlas al servicio del Altísimo y de nuestro prójimo. Que las mismas no sirvan de obstáculo ni de impedimentos para la mujer o el hombre.

Que el Señor les bendiga y les guarde.

21 de agosto de 2004
Día de Nuestra Señor de Knock
Patrona de Irlanda
__________________________
[1] Vea el documento original aquí.
[2] http://www.feministsforlife.org/history/foremoth.htm#vwoodhull
[3] El Papa usa la frase “genio femenino” en su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem.
Vea el documento aquí.

jueves, 4 de septiembre de 2008

¿Es Dios varón o hembra?

Sé que muchas personas, en algún momento u otro, se han hecho semejante pregunta. Hasta yo misma me lo he preguntado. ¿De qué género es Dios? Unos, amparándose en la tradición patriarcal judeo-cristiana, aseguran que Dios es varón. Otros, amparándose en las antiguas creencias del Paleolítico europeo, aseguran por su parte que Dios es mujer. Hay quienes han llegado a afirmar que Dios es ambas cosas a la vez. Pero, ¿es en realidad que Dios es varón o hembra o ambas cosas? O mucho más importante, ¿tiene Dios género en primer lugar?

Lo que dice la Palabra
En los textos bíblicos, encontramos referencias de Dios como un padre que vela por sus hijos, reclamándoles su desobediencia (Oseas 11:1-4), el padre amigo de su hijo (Jeremías 3:4), el padre del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), e incluso se revela a través de Jesús como el Padre (Efesios 3:14, en el “Padre nuestro” – Mateo 6:9, Lucas 11:2; Juan 1:18, 14:1-31). Además, hay referencias de Dios como esposo, como aquél que aunque herido por las múltiples infidelidades de su esposa, quiere que ella se arrepienta y vuelva con él (Jeremías 6-13).

En los Evangelios, hay múltiples imágenes de Dios como varón: el dueño de la viña (Mateo 20:1-16, 21:28-31, 21:33-43; Marcos 12:1-11; Lucas 20:9-18), el rey que celebra las bodas de su hijo (Mateo 22:1-13), el novio de las vírgenes precavidas (Mateo 25:1-11), el pastor que perdió y encontró su oveja (Lucas 15:3-7), el patrón que dio las monedas a sus sirvientes (Lucas 19:11-22), etc.

La Palabra también nos presenta a Dios como una madre que no se olvida de sus hijos (Isaías 49:15), que consuela a sus hijos (Isaías 66:13), que da de lactar a su hijo (Salmo 131:2), como madre que recién ha dado a luz (Salmo 22:10-11). También los Evangelios nos muestras imágenes de Dios como mujer, como la que mezcla las medidas de la harina (Lucas 13:20-21) o la que encuentra la moneda perdida (Lucas 15:8-10).

En la Biblia también vemos imágenes de Dios como una entidad femenina llamada Sabiduría Divina. El capítulo 8 del Libro de los Proverbios presenta esta Sabiduría como si fuera una persona, alguien que se deja querer por quienes la quieren de verdad: “Yo, la Sabiduría, convivo con la prudencia y me hice amiga de la reflexión.” (v. 12) Más adelante, se la presenta como si fuera “hija” de Dios (vs. 22-36). Esa imagen de la Sabiduría como “hija” es ligada a Cristo mismo. El capítulo 9 del mismo libro relaciona aún más la Sabiduría con Jesús, como si fueran uno sólo, pues realizan las mismas acciones (vs. 1-6). Y no se queda ahí. En el libro de la Sabiduría, en el capítulo 10, vemos a la Sabiduría Divina compartiendo con Dios mismo, la obra redentora con el pueblo judío.

Ahora, ¿qué dice Dios de sí mismo? “No puedo dejarme llevar por mi indignación y destruir a Efraím, pues soy Dios y no hombre.” (Oseas 11:9)[i]

Lo que interpreta la Iglesia
El Magisterio de la Iglesia también tuvo que lidiar, por siglos, con esta pregunta sobre el género de Dios. Fue en el Siglo XX cuando logró una definición más certera de Dios. En el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), vemos que “Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Trasciende también la paternidad y maternidad humanas.” (CIC 239) Más adelante, el Catecismo insiste de nuevo en que “Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos.” (CIC 370)

En su documento sobre “La dignidad y vocación de las mujeres” (Mulieris Dignitatem, 1988), el Papa Juan Pablo II se hace eco de las enseñanzas del Catecismo y de la Palabra. El Pontífice dice que en Dios hay imágenes masculinas y femeninas: “... en diversos lugares de la Sagrada Escritura (especialmente del Antiguo Testamento), encontramos comparaciones que atribuyen a Dios cualidades “masculinas” o también “femeninas”. (...) Si existe semejanza entre Creador y las criaturas, es comprensible que la Biblia haya usado expresiones que le atribuyen cualidades tanto “masculinas” como femeninas”.” Afirma que Dios es padre y madre: “El amor de Dios es presentado en muchos pasajes como amor “masculino” del esposo y padre, pero a veces también es presentado como amor “femenino” de la madre.” Y expresa que Dios no es ni hombre ni mujer: “Dios es espíritu” (Juan 4:24) y no posee ninguna propiedad típica del cuerpo, ni “femenina” ni “masculina”.”

En cuanto al hecho de que Dios es Padre, afirma el documento del Papa que “esta característica del lenguaje bíblico, su modo antropomórfico de hablar de Dios, indica también, indirectamente, el misterio del eterno “engendrar”, que pertenece a la vida íntima de Dios. Sin embargo, este engendrar no posee en sí mismo cualidades “masculinas” ni “femeninas”. Es de naturaleza totalmente divina. (...) Por consiguiente, también la “paternidad” en Dios es completamente divina, libre de la característica corporal “masculina” propia de la paternidad humana.”[ii]
Si Dios no es varón ni hembra, ¿por qué solemos pensar que es varón?

Me imagino que preguntarán: si la Palabra y el Magisterio están de acuerdo que Dios es Dios y no hombre ni mujer, ¿por qué solemos representar a Dios como hombre y no como mujer? Podemos entender que las razones para ello son culturales.

En su libro “When Women Were Priests (WWWP)”[iii], Karen Jo Torjesen explica como en tiempos muy antiguos, específicamente en el período Neolítico (6,500 a 3,500 AC) en Europa, la imagen que predominaba del “dios” era femenina. Era una “diosa” con enormes senos, a veces embarazada, otras alumbrando, y se relacionaba con la fertilidad y la regeneración. Era a la mujer a quién se le asignaba el poder de crear la vida.

Con el tiempo, esta noción femenina del dios iría suprimiéndose y sustituyéndose por una visión masculina del mismo, a través de un largo proceso que culminó con la cultura y religión griegas. Para los griegos, aunque tenían diosas y dioses, eran los hombres quienes transmitían la capacidad generadora de vida; las mujeres eran tan sólo instrumentos para dicha capacidad, todo lo contrario de lo que creían los neolíticos. Los griegos, especialmente Aristóteles, llegaron al extremo de afirmar que la mujer era un hombre incompleto.

¿Y los cristianos qué? Nuestra religión católica heredó de la tradición judía tanto imágenes femeninas como masculinas de Dios. Jesús mismo utilizaba dichas imágenes para referirse a Dios, aunque lo consideraba Padre (esto puede entenderse por la relación paterno-filial entre ambos, pues Dios engendró y María parió). Pero el pueblo judío, aunque jamás se atrevió a representar físicamente a Dios, era muy patriarcal y machista, y predominaba en él la imagen masculina de Dios.

Cuando el cristianismo comenzó a regarse por el Imperio Romano, influyó en él las nociones de la superioridad masculina greco-romanas, quedando dicha noción coronada en la Edad Media, cuando los teólogos y Padres de la Iglesia afirmaban que la mujer no fue hecha a imagen de Dios; por tanto, Dios era varón. Y de ahí comenzaron las famosas representaciones de Dios como el anciano de cabellos y barba blanca que vemos en cientos de cuadros medievales y del Renacimiento.

Pero no todos los católicos representaban sólo el lado masculino de Dios. También afirmaban de Él cualidades femeninas. Nuevamente, Jo Torjesen presenta en su libro trozos de escritos de la teóloga medieval Juliana de Norwich, que hablaban de Dios como una madre que goza de sus hijos (WWWP, pág. 265), y un himno al Espíritu Santo, de una iglesia en la Siria del siglo IV, que representa a Dios con senos: “El Espíritu Santo abrió Sus senos, y mezcló la leche de los dos pechos del Padre.” (WWWP, pág. 267)

Sin embargo, fue la visión masculina de Dios la que predominó. Aún hoy día, vemos imágenes masculinas de Dios pintadas en las paredes de nuestras iglesias, especialmente aquellas que representan a la Santa Trinidad.

Si tomamos tiempo para considerar la imagen de Dios en las iglesias hermanas, vemos que en la mayoría de ellas predominó la imagen masculina de Dios. Los católicos ortodoxos, por ejemplo, tienen íconos dedicados a la “Paternidad de Dios”, donde Dios aparece como un anciano, con el Niño Jesús en su falda, aunque ellos también suelen identificar tanto a Dios como a Jesús como la Sabiduría Divina, la cual representan como una mujer llamada Sofía. En el Islam, religión monoteísta que tuvo el mismo origen que la judía y la cristiana, predominan las referencias verbales de Dios como varón, aunque al igual que los judíos, nunca representaron a Dios en imágenes.

¿Qué debiéramos pensar?
Nosotros somos católicos romanos, y nuestra doctrina entiende hoy día, que Dios no es humano, sino espíritu, por tanto, no es hombre ni mujer; ni varón ni hembra. Por tanto, podemos concluir que Dios no tiene género, y que le llamamos “Padre” por su relación con Jesús y nosotros sus hermanos, y que dicha “paternidad” no es ni masculina ni femenina.

Ahora, cabe preguntarnos, ¿es válido representar a Dios en imágenes, ya sea como un Padre anciano o como la Dama Sabiduría? La doctrina de la Iglesia nos da espacio para eso, pues indica en el CIC 40 que “puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y pensar.”
Pero a su vez, la doctrina nos da espacio para no representar a Dios de ninguna manera, o de representarle usando símbolos genéricos, que hagan referencia a su obra creadora. Después de todo, Dios creó el Universo, y todo lo que hay es obra suya. El cielo, la tierra, el mar, las nubes, los animales, las plantas, los ríos, las cascadas... en fin, todo cuanto podemos imaginarnos, puede hacernos pensar en Dios.

En otras palabras, no necesitamos de una “imagen” de Dios para tenerlo presente con nosotros. Tanto hombres como mujeres podemos identificarnos con Dios, porque ambos géneros son imagen y semejanza de Dios. Ponerle a Dios un género es limitarlo, y Dios no tiene límites. Nadie puede usar a Dios para justificar la superioridad de un género sobre otro, ni nadie podrá imponer límites ni criterios a Dios sobre qué género es imagen de Dios y qué genero no lo es, como intentaron hacer los teólogos medievales.[iv]

Así podemos concluir que es mejor no representar a Dios de ninguna manera y dejar que Él sea, como Él mismo afirma, el que es. (Éxodo 3:14)

Ivelisse Colón Nevárez, ofs
27 de junio de 2003
Conmemoración del Sagrado Corazón de Jesús

Notas:
[i] Todas las citas bíblicas provienen de La Biblia Latinoamericana, Edición Pastoral.
[ii] Todas las citas tomadas del Mulieris Dignitatem corresponden al Capítulo III, "Imagen y semejanza de Dios”, sección 8, del mencionado documento.
[iii] Capítulo 9, “What If God Had Breasts?”, págs. 247-271.
[iv] Tanto en su libro The Ordination of Women in the Catholic Church: Unmasking a Cuckoo’s Egg Tradition como en su sitio de Internet http://www.womenpriests.org/, el teólogo holandés John Wijngaards expone los escritos de Padres de la Iglesia y teólogos medievales sobre dicho tema.

Bibliografía:
______ Biblia Latinoamericana, Edición Pastoral; Ediciones Paulinas Verbo Divino, LXXIX ed.
______ Catecismo de la Iglesia Católica; Asociación de Editores del Catecismo, España; 1992.
Juan Pablo II, Papa; Mulieris Dignitatem “La dignidad y vocación de las mujeres”, 1988.
Torjesen, Karen Jo; When Women Were Priests; HarperSanFrancisco, EU, 1995.
Wijngaards, John; The Ordination of Women in the Catholic Church: Unmasking a Cuckoo’s Egg Tradition; Continuum International Publishing Group, EU, 2001.
Wijngaards, John; The Internet Catholic Library on Women’s Ordination,
http://www.womenpriests.org/

También hay numerosas referencias en la Internet sobre íconos bizantinos y ortodoxos y sobre representaciones medievales y renancentistas de Dios.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Padrastros, madrastras e hijastr@s

El nacimiento de Jesucristo fue así. Su madre María estaba comprometida con José. Pero, antes de que vivieran juntos, quedó esperando por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, era un hombre excelente y, no queriendo desacreditarla, pensó firmarle en secreto un acta de divorcio.

Estaba pensando en esto, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no temas llevar a tu casa a María, tu esposa, porque la criatura que espera es obra del Espíritu Santo.”

“Y dará a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto ha pasado para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: Sepan que una virgen concebirá y dará a luz un hijo y los hombres lo llamarán Emanuel, que significa: Dios-con-nosotros.”

Con esto, al despertarse José, hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado y recibió en su casa a su esposa. Y sin que tuvieran relaciones dio a luz un hijo al que José puso el nombre de Jesús. (Mateo 1:18-25)

Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María de Magdala. Jesús, al ver a la Madre y junto a ella, a su discípulo, al que más quería, dijo a la Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Desde ese momento, el discípulo se la llevó a su casa. (Juan 19:25-27)

Hermanos y hermanas en Cristo,
¡Paz y Bien!

¿Sabían que el león mata y devora a los hijos de la leona con la cual desea aparearse? Las revistas sobre ciencia y naturaleza nos enseñan que el león hace ésto para asegurarse que los leoncitos que ella tenga sean sólo los suyos, y no los de otro león; es su manera de preservar su linaje. Sabemos que el león es un animal irracional que actúa sólo por instinto. Pero de todos modos, ¿verdad que lo que él hace, este acto de destruir a los inocentes leoncitos sólo porque no son sus hijos, nos parece aberrante y espantoso?

Pues sepan que en el mundo humano, todos los días, escuchamos horrorosas noticias de hombres y mujeres que, por cualquier motivo, golpean, maltratan y hasta asesinan a los hijos de sus cónyuges o compañeros sentimentales. Aunque la inmensa mayoría de los maltratantes y asesinos de los hijastros son hombres, también las madrastras maltratan, matan y se hacen cómplices de abusos y asesinatos; el pecado está en tanto hombres como mujeres.

¿Por qué ocurren estos crímenes? Podrían mencionarse las razones y nunca acabar: para dañar, “castigar” o chantajear a la madre o al padre biológica(o) del niño; incapacidad de reconocer como iguales tanto a los hijos propios como a los hijastros; celos contra el excóyuge o excompañero sentimental, que se manifiestan contra los hijos engendrados en relaciones anteriores, y así sucesivamente.

Tan abundantes han sido estos maltratos a través de los siglos, que las palabras padrastro y madrastra han tomado unas connotaciones sumamente negativas. Las escuchamos e inmediatamente nos surge la imagen mental de una persona que será, inevitablemente, incapaz de aceptar y amar a los hijos de su pareja como los suyos propios. Y en ese momento, ya les etiquetamos como criminales en potencia, capaces de cometer toda clase aberraciones contra sus hijastros, desde simple maltrato verbal hasta abusos sexuales y asesinato.

Pero, en realidad, ¿esto debe ser así? ¿Debemos entender que los padres y madres biológicos son los únicos que en verdad tienen capacidad para cuidar sus propios niños y nadie más? La realidad nos parece decir que no es así, cuando vemos que también los padres y madres biológicos abusan y maltratan a sus propios hijos, y hasta llegan a matarlos, hayan nacido o no.
Y hay más. A veces, son los mismos hijastros los que no desean aceptar al nuevo(a) cónyuge o compañero(a) de su progenitor(a) como su padre o madre genuino. Se vuelven egoístas y no quieren compartir a su progenitor(a) con nadie más. Y entonces surgen las diferencias y peleas entre los hijastros y los padrastros, a veces, con desenlaces fatales.

Con este cuadro, debemos preguntarnos, ¿qué es la paternidad y la maternidad? ¿Realmente estas dimensiones del ser humano están tan íntimamente atadas a la biología, que es imposible para alguien que no haya tenido hijos propios desarrollar amor, disciplina e instinto de protección hacia los niños que le toque adoptar?

Tratemos de contestar estas preguntas comenzando por ejemplos tomados de la Palabra. El Evangelio nos presenta dos pasajes distintos al principio de esta homilía. El primero refiere al momento en que el ángel le hace saber a San José que no debe repudiar a María porque está embarazada y que debe criar al niño Jesús como si él mismo lo hubiera engendrado. El segundo muestra cómo Jesús, desde la cruz, dice tanto a su madre María como al apóstol Juan que deberán tratarse de ese entonces en adelante, como madre e hijo.

José estaba comprometido con María. En el mundo judío, eso le daba a él derechos conyugales sobre ella, aunque ella todavía vivía con sus padres. Pero José era un hombre excelente, como dice la Palabra. Aunque se había criado en una cultura machista que le permitía por ley repudiar a la mujer por cualquier motivo, el no quería dañarla públicamente a pesar de que estaba embarazada “de otro”; eso nos demuestra que la quería. Por eso, bastaron sólo las palabras del ángel para que él la recibiera en su casa y criara a su hijo.

El Evangelio nos da pistas de cómo fue la relación entre José y Jesús. Cumplió con sus deberes de padre al presenciar su nacimiento y cumplir con los requisitos de ley al circuncidarlo y consagrarlo con sacrificios en el Templo. Lo protegió cuando se le anunció que Herodes mataría a los niños en ese entonces, llevándolo a Egipto. Le enseñó su oficio de carpintero, para que cuando fuera adulto, tuviera con qué ganarse la vida honradamente. Lo buscó afanosamente, junto a María, cuando se perdió entre la gente para quedarse con los doctores en el Templo en Jerusalén. En fin, lo crió y cuidó como si en vez de haber sido Dios a través del Espíritu Santo, lo hubiera engendrado él mismo. Y Jesús, a su vez, se portó como verdadero hijo de José, siéndole obediente.

Más tarde vemos la relación entre Juan y María. Ella había quedado viuda. En la cultura judía, toda mujer debía pertenecer a un hombre, ya sea a su padre, hermano, marido o hijo. Una viuda sola no tenía derechos y vivía en extrema pobreza, muchas veces, mendigando. No valía nada en la sociedad. Jesús sabía esto porque era judío y conocía las costumbres. Sabiendo, ya en la cruz, que iba a morir, no podía permitir que su propia madre quedara desvalida. Se la dio entonces a cuidar al único varón que se atrevió a seguirle hasta el final, a su amado discípulo Juan. Pero se la cedió no simplemente para que la cuide; María sería para Juan su madre, como si ella misma lo hubiera parido a él. Y el dato de que ella continuaba junto con los y las discípulos(as) de Cristo aún en Pentecostés, nos hace ver que Juan cumplía con sus deberes de hijo, al mantenerla a ella junto a él.

José el padre adoptivo de Jesús. María la madre adoptiva de Juan y a su vez, de todos nosotros. Juan el hijo adoptivo de María. Padrastro, madrastra e hijastro.

Ya la Palabra nos demuestra que lo biológico no es imprescindible para la paternidad o la maternidad. Es un don de Dios, un talento, una habilidad, que se fortalece con la enseñanza y el ejemplo. Paternidad y maternidad que son las dos caras de una misma moneda, que es la generación y crianza de los hijos.

En el mundo real, vemos también innumerables ejemplos de hombres y mujeres, célibes o estériles, que adoptan niños o invierten gran cantidad de tiempo en orfelinatos y casas de crianza, cuidando y educando niños que no son suyos, pero que los hacen suyos. ¿Y por qué? Por el amor.

Los niños se supone que nazcan todos por fruto de la unión en una sola carne entre hombre y mujer, por medio del amor que ambos se profesan mutuamente. Lamentablemente, esto no ocurre siempre, ya que a veces esa unión se da por la violencia (incesto, violación) o por falta de amor, por puro placer (fornicación, adulterio, prostitución). No debe asombrarnos que muchos niños concebidos en esas condiciones sean víctimas de toda clase de maltratos; desde el negar la paternidad sobre ellos y borrar su existencia terrenal sin haber nacido, y si nacen, abandonarlos o maltratarlos constantemente hasta que quedan dañados permanentemente o mueren.

El que todos los hombres y todas las mujeres nazcan con todo su aparato genital/reproductivo no los hace automáticamente candidatos para ser padres o madres. Hay gente que jamás debiera engendrar o parir, porque sencillamente, no sirven para padres ni madres. No tienen capacidad, madurez ni paciencia para bregar con los niños.

Con buen ejemplo y la enseñanza correcta, se puede aprender a ser papá y mamá. El amor que aprendemos de nuestros padres nos ayuda a ser nosotros mismos padres y madres cuando nos toque nuestro turno. Puede que nunca podamos engendrar o parir, pero eso no es obstáculo para ser buenos padres y madres.

Esa es la gran oportunidad a la que se enfrentan los hombres y mujeres que se unen a una persona que ya tiene hijos. Se le da la oportunidad de tener hijos propios sin tener que pasar el trabajo de engendrarlos o de cargar con ellos nueve meses en el vientre, ni en pasar los dolores de parto. Un padrastro o una madrastra que se libera de los prejuicios sociales y ve a esos niños como si fueran suyos, ha recibido el regalo de la paternidad/maternidad casi sin esfuerzo ni trabajo, y debiera mostrar al Señor su agradecimiento, a ejemplo de San José, criándolos como hijos, no como extraños, sino con amor.

Y los hijos debieran hacer lo mismo con ese hombre o mujer que llega a la vida de su padre/madre biológico(a), quien no tan sólo va a llenar el vacío emocional y físico que sufre el progenitor biológico al haber quedado sólo, sino que también viene a llenar el vacío que deja la falta de la figura del progenitor ausente. El egoísmo que algunos hijos manifiestan al impedir que su progenitor busque compañía es dañino tanto para el hijo como para el progenitor. El hijo y el padrastro/madrastra deben valerse del amor como arma para verse unos a los otros como una verdadera familia.

El Catecismo de la Iglesia también nos habla de la relación entre los miembros de la familia, entiéndase, los padres y los hijos. “La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo” (CIC 2205). También nos dice que “Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas” (CIC 2206). Esto es perfectamente válido para familias en las que haya padrastros, madrastras o hijastros. Como ya dije antes, es el amor quien hace la diferencia, y quien ayuda a superar toda barrera y todo prejuicio.

Tal vez así logremos que, algún día, desaparezcan esas palabras de padrastros, madrastras e hijastros, porque entonces seamos todos padres, madres e hijos, sin importar la biología y las etiquetas sociales. Y que con ellas, desaparezcan también la violencia, el egoísmo, la falta de amor y la muerte. Que nos veamos todos como miembros de una misma familia, no importa nuestro origen biológico.

Que nuestro Señor Jesucristo, San José, Santa María Virgen y San Juan rueguen por nosotros y nos sirvan de ejemplo para seamos mejor familia. Amén.

5 de mayo de 2003
Día de San Ángel, carmelita, mártir.