viernes, 5 de septiembre de 2008

Sobre el verdadero feminismo

Este texto asemeja más a una predicación o conferencia que a una homilía. Lo escribí para un curso de predicación, pero no llegué a darle uso. Lo publico aquí para beneficio de todos.
- La autora.


Paz y Bien para tod@s!

Recientemente, la Congregación de la Doctrina de la Fe publicó un documento, dirigido a los obispos de la Iglesia, sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el Mundo[1]. En el mismo, la Congregación intente justificar la razón de ser de las diferencias entre el hombre y la mujer, atacar el feminismo radical y sus posturas, promover una igual participación de la mujer en el mundo laboral, cívico y socio-político (sin aplicar dicha promoción de igualdad de trato al ámbito religioso), y exhortando a un pleno reconocimiento del trabajo hogareño, tan válido como el trabajo remunerado. Además, promueve el derecho de la madre trabajadora de compartir más tiempo con sus hijos.

Muchos otros temas son tratados en este documento. Podríamos pasar horas y hasta días, discutiendo el contenido de este documento. Por razón de tiempo, me limitaré sólo a predicarles sobre el feminismo en general.

El documento de la Congregación intente definir el feminismo, a través de dos vertientes de dicho movimiento. Primero, el deseo de superar la supremacía del hombre compitiendo contra él y dándole, como diríamos, “de su propia medicina”; es decir, que las mujeres traten a los hombres tan mal como ellos las han tratado. Segundo, el cancelar todas las diferencias entre los hombres y las mujeres, y rebajar las mismas a aspectos socio-culturales, para de ese modo librarse de los “condicionamientos” biológicos y obtener así la tan deseada igualdad.

Sin embargo, un aspecto importantísimo del feminismo quedó fuera de toda consideración por parte de la Congregación. O, en el mejor de los casos, se menciona algo de él, sin mencionar su nombre. Se trata de la vertiente más antigua, más amplia y más moderada. Más específicamente, el feminismo original e histórico, que surgió inicialmente en el siglo XVIII, cuando comenzó la lucha de la mujer por el derecho al voto, la eliminación de la prostitución, el tener una jornada laboral de 8 horas y, aunque haya gente que no lo crea, la defensa del no nacido.

Sí, mis hermanos y hermanas. Las primeras feministas fueron pro-vida, contrario a la mentalidad popular y hasta de muchos en el Vaticano, que suelen identificar toda forma de feminismo como promotor del aborto. La primera candidata a presidente de los Estados Unidos, Victoria Woodhull, dijo en 1870 que “los derechos de los niños, como individuos, comienzan mientras aún son fetos.”[2] Y como ella, opinaban muchas mujeres próceres de la emancipación femenina, que no sólo defendían nuestros derechos como mujeres, sino los derechos de los niños por nacer.

Además, esta modalidad moderada del feminismo, no promueve que se eliminen las diferencias sexuales entre los hombres y las mujeres, sino que se promueva la igualdad en el trato, en los derechos y deberes. Que entendamos que nuestras diferencias son, en realidad, para enriquecer toda actividad humana, no para fomentar el discrimen. Mucho menos para asignar tareas por razón de sexo.

De hecho, esta forma amplia de feminismo la practicamos todos los días en nuestras vidas. Cada vez que una mujer defiende su derecho a estudiar, a trabajar, a quedarse en casa cuidando sus hijos, a pedir una mayor participación de su compañero en los quehaceres del hogar o, incluso, cuando un hombre defiende los derechos de la mujer, está ejerciendo feminismo. ¿Por qué? Porque de eso se trata el feminismo: de que la voz de la mujer sea escuchada y tomada en seria consideración, no silenciada. Que la mujer sea tratada como un ser humano completo, con todo derecho y deber, no como objeto a disponibilidad de los demás.

Esta manera de pensar no es incompatible con la Palabra. Cuando la Biblia manifiesta en Génesis 1:27, que el hombre y la mujer son imagen y semejanza de Dios, y San Pablo nos dice en Gálatas 3:26-28 que, gracias al bautismo, ya no hay diferencias entre hombres y mujeres para Cristo, no es para negar lo que nos hace masculinos y femeninos en términos humanos, sino que para Dios, somos igualmente dignos, amados y capaces de servirle en cualquier ministerio o estado de vida que Él escoja para nosotros. Que somos capaces de brindarle a cualquier ministerio o estado de vida o labor en el mundo, los respectivos “genios”, por utilizar un término acuñado por el Santo Padre[3], que cada sexo puede ofrecer.

Jesús mismo, con su propio ejemplo, expresaba un gran amor hacia la mujer. Le permitió que le sirviera y le acompañara en su ministerio. Usó ejemplos del diario vivir de la mujer de su tiempo, para educar a sus discípulos y discípulas por igual. La única prohibición que dictó hacia nosotras fue la misma que dictó a los hombres: nos prohibió pecar, nos prohibió no amar. Nos mandó a amar, algo que ambos sexos pueden hacer, sin dejar de ser lo que son.

Así es, amados hermanos y hermanas. El mundo insiste en dividir los valores, los trabajos y las vocaciones por géneros. Pero como cristianos, debemos saber mejor que eso. El documento de la Congregación afirma, al igual que gran parte de la humanidad, que los valores son universales. Las mujeres hemos demostrado que, aportando nuestros propios dones, somos capaces de hacer todo lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios.

El feminismo no es dividir los géneros, como si estuvieran en dos planetas distintos, ni tampoco en negarlos como si no existieran. Es reconocer nuestras diferencias y ponerlas al servicio del Altísimo y de nuestro prójimo. Que las mismas no sirvan de obstáculo ni de impedimentos para la mujer o el hombre.

Que el Señor les bendiga y les guarde.

21 de agosto de 2004
Día de Nuestra Señor de Knock
Patrona de Irlanda
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[1] Vea el documento original aquí.
[2] http://www.feministsforlife.org/history/foremoth.htm#vwoodhull
[3] El Papa usa la frase “genio femenino” en su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem.
Vea el documento aquí.

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