miércoles, 3 de septiembre de 2008

Padrastros, madrastras e hijastr@s

El nacimiento de Jesucristo fue así. Su madre María estaba comprometida con José. Pero, antes de que vivieran juntos, quedó esperando por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, era un hombre excelente y, no queriendo desacreditarla, pensó firmarle en secreto un acta de divorcio.

Estaba pensando en esto, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, descendiente de David, no temas llevar a tu casa a María, tu esposa, porque la criatura que espera es obra del Espíritu Santo.”

“Y dará a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto ha pasado para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: Sepan que una virgen concebirá y dará a luz un hijo y los hombres lo llamarán Emanuel, que significa: Dios-con-nosotros.”

Con esto, al despertarse José, hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado y recibió en su casa a su esposa. Y sin que tuvieran relaciones dio a luz un hijo al que José puso el nombre de Jesús. (Mateo 1:18-25)

Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre, y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María de Magdala. Jesús, al ver a la Madre y junto a ella, a su discípulo, al que más quería, dijo a la Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Desde ese momento, el discípulo se la llevó a su casa. (Juan 19:25-27)

Hermanos y hermanas en Cristo,
¡Paz y Bien!

¿Sabían que el león mata y devora a los hijos de la leona con la cual desea aparearse? Las revistas sobre ciencia y naturaleza nos enseñan que el león hace ésto para asegurarse que los leoncitos que ella tenga sean sólo los suyos, y no los de otro león; es su manera de preservar su linaje. Sabemos que el león es un animal irracional que actúa sólo por instinto. Pero de todos modos, ¿verdad que lo que él hace, este acto de destruir a los inocentes leoncitos sólo porque no son sus hijos, nos parece aberrante y espantoso?

Pues sepan que en el mundo humano, todos los días, escuchamos horrorosas noticias de hombres y mujeres que, por cualquier motivo, golpean, maltratan y hasta asesinan a los hijos de sus cónyuges o compañeros sentimentales. Aunque la inmensa mayoría de los maltratantes y asesinos de los hijastros son hombres, también las madrastras maltratan, matan y se hacen cómplices de abusos y asesinatos; el pecado está en tanto hombres como mujeres.

¿Por qué ocurren estos crímenes? Podrían mencionarse las razones y nunca acabar: para dañar, “castigar” o chantajear a la madre o al padre biológica(o) del niño; incapacidad de reconocer como iguales tanto a los hijos propios como a los hijastros; celos contra el excóyuge o excompañero sentimental, que se manifiestan contra los hijos engendrados en relaciones anteriores, y así sucesivamente.

Tan abundantes han sido estos maltratos a través de los siglos, que las palabras padrastro y madrastra han tomado unas connotaciones sumamente negativas. Las escuchamos e inmediatamente nos surge la imagen mental de una persona que será, inevitablemente, incapaz de aceptar y amar a los hijos de su pareja como los suyos propios. Y en ese momento, ya les etiquetamos como criminales en potencia, capaces de cometer toda clase aberraciones contra sus hijastros, desde simple maltrato verbal hasta abusos sexuales y asesinato.

Pero, en realidad, ¿esto debe ser así? ¿Debemos entender que los padres y madres biológicos son los únicos que en verdad tienen capacidad para cuidar sus propios niños y nadie más? La realidad nos parece decir que no es así, cuando vemos que también los padres y madres biológicos abusan y maltratan a sus propios hijos, y hasta llegan a matarlos, hayan nacido o no.
Y hay más. A veces, son los mismos hijastros los que no desean aceptar al nuevo(a) cónyuge o compañero(a) de su progenitor(a) como su padre o madre genuino. Se vuelven egoístas y no quieren compartir a su progenitor(a) con nadie más. Y entonces surgen las diferencias y peleas entre los hijastros y los padrastros, a veces, con desenlaces fatales.

Con este cuadro, debemos preguntarnos, ¿qué es la paternidad y la maternidad? ¿Realmente estas dimensiones del ser humano están tan íntimamente atadas a la biología, que es imposible para alguien que no haya tenido hijos propios desarrollar amor, disciplina e instinto de protección hacia los niños que le toque adoptar?

Tratemos de contestar estas preguntas comenzando por ejemplos tomados de la Palabra. El Evangelio nos presenta dos pasajes distintos al principio de esta homilía. El primero refiere al momento en que el ángel le hace saber a San José que no debe repudiar a María porque está embarazada y que debe criar al niño Jesús como si él mismo lo hubiera engendrado. El segundo muestra cómo Jesús, desde la cruz, dice tanto a su madre María como al apóstol Juan que deberán tratarse de ese entonces en adelante, como madre e hijo.

José estaba comprometido con María. En el mundo judío, eso le daba a él derechos conyugales sobre ella, aunque ella todavía vivía con sus padres. Pero José era un hombre excelente, como dice la Palabra. Aunque se había criado en una cultura machista que le permitía por ley repudiar a la mujer por cualquier motivo, el no quería dañarla públicamente a pesar de que estaba embarazada “de otro”; eso nos demuestra que la quería. Por eso, bastaron sólo las palabras del ángel para que él la recibiera en su casa y criara a su hijo.

El Evangelio nos da pistas de cómo fue la relación entre José y Jesús. Cumplió con sus deberes de padre al presenciar su nacimiento y cumplir con los requisitos de ley al circuncidarlo y consagrarlo con sacrificios en el Templo. Lo protegió cuando se le anunció que Herodes mataría a los niños en ese entonces, llevándolo a Egipto. Le enseñó su oficio de carpintero, para que cuando fuera adulto, tuviera con qué ganarse la vida honradamente. Lo buscó afanosamente, junto a María, cuando se perdió entre la gente para quedarse con los doctores en el Templo en Jerusalén. En fin, lo crió y cuidó como si en vez de haber sido Dios a través del Espíritu Santo, lo hubiera engendrado él mismo. Y Jesús, a su vez, se portó como verdadero hijo de José, siéndole obediente.

Más tarde vemos la relación entre Juan y María. Ella había quedado viuda. En la cultura judía, toda mujer debía pertenecer a un hombre, ya sea a su padre, hermano, marido o hijo. Una viuda sola no tenía derechos y vivía en extrema pobreza, muchas veces, mendigando. No valía nada en la sociedad. Jesús sabía esto porque era judío y conocía las costumbres. Sabiendo, ya en la cruz, que iba a morir, no podía permitir que su propia madre quedara desvalida. Se la dio entonces a cuidar al único varón que se atrevió a seguirle hasta el final, a su amado discípulo Juan. Pero se la cedió no simplemente para que la cuide; María sería para Juan su madre, como si ella misma lo hubiera parido a él. Y el dato de que ella continuaba junto con los y las discípulos(as) de Cristo aún en Pentecostés, nos hace ver que Juan cumplía con sus deberes de hijo, al mantenerla a ella junto a él.

José el padre adoptivo de Jesús. María la madre adoptiva de Juan y a su vez, de todos nosotros. Juan el hijo adoptivo de María. Padrastro, madrastra e hijastro.

Ya la Palabra nos demuestra que lo biológico no es imprescindible para la paternidad o la maternidad. Es un don de Dios, un talento, una habilidad, que se fortalece con la enseñanza y el ejemplo. Paternidad y maternidad que son las dos caras de una misma moneda, que es la generación y crianza de los hijos.

En el mundo real, vemos también innumerables ejemplos de hombres y mujeres, célibes o estériles, que adoptan niños o invierten gran cantidad de tiempo en orfelinatos y casas de crianza, cuidando y educando niños que no son suyos, pero que los hacen suyos. ¿Y por qué? Por el amor.

Los niños se supone que nazcan todos por fruto de la unión en una sola carne entre hombre y mujer, por medio del amor que ambos se profesan mutuamente. Lamentablemente, esto no ocurre siempre, ya que a veces esa unión se da por la violencia (incesto, violación) o por falta de amor, por puro placer (fornicación, adulterio, prostitución). No debe asombrarnos que muchos niños concebidos en esas condiciones sean víctimas de toda clase de maltratos; desde el negar la paternidad sobre ellos y borrar su existencia terrenal sin haber nacido, y si nacen, abandonarlos o maltratarlos constantemente hasta que quedan dañados permanentemente o mueren.

El que todos los hombres y todas las mujeres nazcan con todo su aparato genital/reproductivo no los hace automáticamente candidatos para ser padres o madres. Hay gente que jamás debiera engendrar o parir, porque sencillamente, no sirven para padres ni madres. No tienen capacidad, madurez ni paciencia para bregar con los niños.

Con buen ejemplo y la enseñanza correcta, se puede aprender a ser papá y mamá. El amor que aprendemos de nuestros padres nos ayuda a ser nosotros mismos padres y madres cuando nos toque nuestro turno. Puede que nunca podamos engendrar o parir, pero eso no es obstáculo para ser buenos padres y madres.

Esa es la gran oportunidad a la que se enfrentan los hombres y mujeres que se unen a una persona que ya tiene hijos. Se le da la oportunidad de tener hijos propios sin tener que pasar el trabajo de engendrarlos o de cargar con ellos nueve meses en el vientre, ni en pasar los dolores de parto. Un padrastro o una madrastra que se libera de los prejuicios sociales y ve a esos niños como si fueran suyos, ha recibido el regalo de la paternidad/maternidad casi sin esfuerzo ni trabajo, y debiera mostrar al Señor su agradecimiento, a ejemplo de San José, criándolos como hijos, no como extraños, sino con amor.

Y los hijos debieran hacer lo mismo con ese hombre o mujer que llega a la vida de su padre/madre biológico(a), quien no tan sólo va a llenar el vacío emocional y físico que sufre el progenitor biológico al haber quedado sólo, sino que también viene a llenar el vacío que deja la falta de la figura del progenitor ausente. El egoísmo que algunos hijos manifiestan al impedir que su progenitor busque compañía es dañino tanto para el hijo como para el progenitor. El hijo y el padrastro/madrastra deben valerse del amor como arma para verse unos a los otros como una verdadera familia.

El Catecismo de la Iglesia también nos habla de la relación entre los miembros de la familia, entiéndase, los padres y los hijos. “La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo” (CIC 2205). También nos dice que “Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas” (CIC 2206). Esto es perfectamente válido para familias en las que haya padrastros, madrastras o hijastros. Como ya dije antes, es el amor quien hace la diferencia, y quien ayuda a superar toda barrera y todo prejuicio.

Tal vez así logremos que, algún día, desaparezcan esas palabras de padrastros, madrastras e hijastros, porque entonces seamos todos padres, madres e hijos, sin importar la biología y las etiquetas sociales. Y que con ellas, desaparezcan también la violencia, el egoísmo, la falta de amor y la muerte. Que nos veamos todos como miembros de una misma familia, no importa nuestro origen biológico.

Que nuestro Señor Jesucristo, San José, Santa María Virgen y San Juan rueguen por nosotros y nos sirvan de ejemplo para seamos mejor familia. Amén.

5 de mayo de 2003
Día de San Ángel, carmelita, mártir.

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